Sudamérica ante la tormenta global
Por Raúl Zibechi
ALAI AMLATINA
La guerra por la sucesión del director del FMI revela lo mucho que ha cambiado el mundo y lo demasiado estancadas que están sus elites, dispuestas a aferrarse a sus privilegios aún a riesgo de colocar al planeta al borde del abismo. Para Sudamérica, es el momento de afianzar la unidad regional o caminar hacia la desintegración.
El debate en curso sobre la sucesión de Dominique Strauss Khan enseña cómo las potencias del Norte pretenden congelar el mundo de 1944 cuando se firmaron los acuerdos de Bretton Woods y se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En aquel momento, el PIB de Estados Unidos era alrededor del 50% del mundial y en esta década decae por debajo del 20%.
El Norte parece dispuesto a pasar por alto la demanda de los países emergentes. Brasil ha dicho, por boca del ministro de Hacienda Guido Mantega, que el candidato debería ser designado sólo hasta fines de 2012 para “tener un tiempo mayor para madurar la sucesión”. Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Central de china, señaló que el FMI debe “reflejar mejor los cambios en la composición económica mundial y a los mercados emergentes” (Diario del Pueblo, 24 de mayo).
Más allá de los discursos para el gran público, las elites mundiales van cobrando clara conciencia de lo que está en juego, pese a las declaraciones y malabarismos de los políticos. Cuando hablan para “su” público, no ocultan un ápice la realidad. Es el caso de David Wessel, editor de economía de The Wall Street Journal, el diario más cercano a las altas finanzas. Comienza su columna semanal del 19 de mayo con una frase que resume la coyuntura histórica que atravesamos: “Los imperios no acostumbran sucumbir de un día para el otro. Las viejas potencias no abdican de sus regalías. Y las que ascienden no consiguen ejercer el poder ágilmente”.
Wessel señala que la costumbre de que un europeo dirija el FMI y un estadounidense el Banco Mundial, “es una tradición arcaica, si no ilegítima”, consecuencia de que las instituciones globales “aún no se ajustaron al peso de los países emergentes” ya que Europa y Estados Unidos son reacios a aceptar “un mundo que no dominan más”. En su opinión hay dos escenarios posibles por delante. Uno con final feliz, en el cual las grandes economías cooperen mutuamente sin que los países desarrollados traben el ascenso de los países emergentes. Sería lo mejor para el mercado.
El segundo escenario, es una repetición ampliada de lo sucedido en la primera mitad del siglo XX: “Las décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial fueron marcadas por la incapacidad de las potencias en decadencia y en ascenso de estabilizar la economía global y crear instituciones funcionales; el resultado fue la Gran Depresión y la Segunda Guerra”.
La única novedad de este análisis es el medio en el que fue publicado, que revela que las elites financieras prefieren un “final feliz” y que saben que una nueva hecatombe militar-humanitaria no sería capaz de hacer retroceder la flecha del tiempo. Pero las elites financieras no juegan solas, ni siquiera en los salones del gran poder, donde conviven con políticos y militares, con quienes tienen relaciones estrechas y mutuas interdependencias.
Unos y otros saben que el último pronóstico del Laboratorio Europeo de Anticipación Política, en su boletín mensual del 17 de mayo, no es una previsión de lunáticos sino la advertencia del instituto que acertó con mayor precisión la cadena de sucesos que se vienen dando desde 2007: “Ahora se reúnen todas las condiciones para que el segundo semestre de 2011 sea el teatro de la fusión explosiva de las dos tendencias fundamentales que subyacen en la crisis sistémica global, la desarticulación geopolítica y financiera globales”.
El catalizador de esta “fusión explosiva” es el sistema monetario internacional, “o más bien el caos monetario internacional que se ha agravado aún más desde el desastre que afectó a Japón en febrero”. Por esa razón, la pelea por el poder en el seno del FMI no es ociosa, sino uno de los principales reveladores de lo mucho que está en juego. Es la arquitectura maestra del sistema-mundo, o sea la relación centro-periferia, la que está en cuestión. Se trata de una relación con cinco siglos de antigüedad, anterior incluso al capitalismo y a las revoluciones industriales, que ha hecho posible la hegemonía de Occidente que ahora está virando hacia Asia y hacia el Sur. Desde el punto de vista histórico, es un terremoto mayor aún que una improbable crisis del capitalismo.
Sucede que ese mundo emergente está empezando a marcar la cancha. La alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) exige que si el FMI quiere tener credibilidad y legitimidad debe aceptar una representación más adecuada de los países emergentes, no sólo de los cinco mencionados. “El próximo director no sólo debe ser una persona altamente calificada, con sólido background técnico y capacidad de articulación política, sino comprometido en continuar el proceso de cambios y reforma de la institución para adaptarse a las nuevas realidades de la economía mundial”, señala el comunicado que rechaza una elección en base a la nacionalidad.
Para los países sudamericanos, el momento es propicio para profundizar la unidad pero está a su vez atestado de riesgos. La inauguración del Centro de Estudios Estratégicos de la Defensa de la UNASUR, el 26 de mayo en Buenos Aires, muestra que el camino de la integración y la unidad política sigue adelante pese a la formación de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) semanas atrás. Es una buena noticia en momentos en que el clan Fujimori puede regresar al poder en Perú, cuando algunos proyectos estratégicos como el Banco del Sur están estancados y otros, como el Gasoducto del Sur, parecen hacer sido archivados.
La crisis en el FMI, como revelador de la profundidad de la crisis sistémica, enseña que los tiempos se aceleran y que el desafío de posicionar la región sudamericana en el escenario global no puede esperar tiempos mejores: se producirá en medio de la tormenta o no será.
* Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
El debate en curso sobre la sucesión de Dominique Strauss Khan enseña cómo las potencias del Norte pretenden congelar el mundo de 1944 cuando se firmaron los acuerdos de Bretton Woods y se crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En aquel momento, el PIB de Estados Unidos era alrededor del 50% del mundial y en esta década decae por debajo del 20%.
El Norte parece dispuesto a pasar por alto la demanda de los países emergentes. Brasil ha dicho, por boca del ministro de Hacienda Guido Mantega, que el candidato debería ser designado sólo hasta fines de 2012 para “tener un tiempo mayor para madurar la sucesión”. Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Central de china, señaló que el FMI debe “reflejar mejor los cambios en la composición económica mundial y a los mercados emergentes” (Diario del Pueblo, 24 de mayo).
Más allá de los discursos para el gran público, las elites mundiales van cobrando clara conciencia de lo que está en juego, pese a las declaraciones y malabarismos de los políticos. Cuando hablan para “su” público, no ocultan un ápice la realidad. Es el caso de David Wessel, editor de economía de The Wall Street Journal, el diario más cercano a las altas finanzas. Comienza su columna semanal del 19 de mayo con una frase que resume la coyuntura histórica que atravesamos: “Los imperios no acostumbran sucumbir de un día para el otro. Las viejas potencias no abdican de sus regalías. Y las que ascienden no consiguen ejercer el poder ágilmente”.
Wessel señala que la costumbre de que un europeo dirija el FMI y un estadounidense el Banco Mundial, “es una tradición arcaica, si no ilegítima”, consecuencia de que las instituciones globales “aún no se ajustaron al peso de los países emergentes” ya que Europa y Estados Unidos son reacios a aceptar “un mundo que no dominan más”. En su opinión hay dos escenarios posibles por delante. Uno con final feliz, en el cual las grandes economías cooperen mutuamente sin que los países desarrollados traben el ascenso de los países emergentes. Sería lo mejor para el mercado.
El segundo escenario, es una repetición ampliada de lo sucedido en la primera mitad del siglo XX: “Las décadas posteriores a la Primera Guerra Mundial fueron marcadas por la incapacidad de las potencias en decadencia y en ascenso de estabilizar la economía global y crear instituciones funcionales; el resultado fue la Gran Depresión y la Segunda Guerra”.
La única novedad de este análisis es el medio en el que fue publicado, que revela que las elites financieras prefieren un “final feliz” y que saben que una nueva hecatombe militar-humanitaria no sería capaz de hacer retroceder la flecha del tiempo. Pero las elites financieras no juegan solas, ni siquiera en los salones del gran poder, donde conviven con políticos y militares, con quienes tienen relaciones estrechas y mutuas interdependencias.
Unos y otros saben que el último pronóstico del Laboratorio Europeo de Anticipación Política, en su boletín mensual del 17 de mayo, no es una previsión de lunáticos sino la advertencia del instituto que acertó con mayor precisión la cadena de sucesos que se vienen dando desde 2007: “Ahora se reúnen todas las condiciones para que el segundo semestre de 2011 sea el teatro de la fusión explosiva de las dos tendencias fundamentales que subyacen en la crisis sistémica global, la desarticulación geopolítica y financiera globales”.
El catalizador de esta “fusión explosiva” es el sistema monetario internacional, “o más bien el caos monetario internacional que se ha agravado aún más desde el desastre que afectó a Japón en febrero”. Por esa razón, la pelea por el poder en el seno del FMI no es ociosa, sino uno de los principales reveladores de lo mucho que está en juego. Es la arquitectura maestra del sistema-mundo, o sea la relación centro-periferia, la que está en cuestión. Se trata de una relación con cinco siglos de antigüedad, anterior incluso al capitalismo y a las revoluciones industriales, que ha hecho posible la hegemonía de Occidente que ahora está virando hacia Asia y hacia el Sur. Desde el punto de vista histórico, es un terremoto mayor aún que una improbable crisis del capitalismo.
Sucede que ese mundo emergente está empezando a marcar la cancha. La alianza BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) exige que si el FMI quiere tener credibilidad y legitimidad debe aceptar una representación más adecuada de los países emergentes, no sólo de los cinco mencionados. “El próximo director no sólo debe ser una persona altamente calificada, con sólido background técnico y capacidad de articulación política, sino comprometido en continuar el proceso de cambios y reforma de la institución para adaptarse a las nuevas realidades de la economía mundial”, señala el comunicado que rechaza una elección en base a la nacionalidad.
Para los países sudamericanos, el momento es propicio para profundizar la unidad pero está a su vez atestado de riesgos. La inauguración del Centro de Estudios Estratégicos de la Defensa de la UNASUR, el 26 de mayo en Buenos Aires, muestra que el camino de la integración y la unidad política sigue adelante pese a la formación de la Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile) semanas atrás. Es una buena noticia en momentos en que el clan Fujimori puede regresar al poder en Perú, cuando algunos proyectos estratégicos como el Banco del Sur están estancados y otros, como el Gasoducto del Sur, parecen hacer sido archivados.
La crisis en el FMI, como revelador de la profundidad de la crisis sistémica, enseña que los tiempos se aceleran y que el desafío de posicionar la región sudamericana en el escenario global no puede esperar tiempos mejores: se producirá en medio de la tormenta o no será.
* Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.
Comentários