Argentina: A la búsqueda de posibles criterios para la reflexión política actual

Jose Luis Coraggio,
Profesor Emérito de la Universidad Nacional de General Sarmiento

José Luis Coraggio*
ALAI AMLATINA

Este es un momento crítico para el campo popular, no sólo porque se confirman las decisiones que cabía esperar de un gobierno de derecha, sino por el desprecio por las instituciones que se pretendía defender, así como por la saña, el odio y el cálculo mezquino con que se está procediendo desde el Estado. Un Estado que ha sido tomado en elecciones limpias, de acuerdo a los cánones de la democracia liberal ,y en base al usual recurso del engaño que, por evidente que haya sido para muchos, surtió efecto para una parte significativa de los votantes.

Las consecuencias no recaerán solo sobre los argentinos sino que el reposicionamiento de la Argentina respecto al sistema internacional y al capital financiero debilita aún más el bloque regional progresista y en su momento obligará a reiniciar un costoso proceso de desconexión como el que se dio en la primera década de este siglo.

Nadie duda de que se deben sacar a luz y denunciar las aberraciones que comete este gobierno y manifestarlo públicamente en las calles, en lo que resta de posiciones parlamentarias y de gobierno, y en los medios y redes de comunicación, contrarrestando cuanto sea posible las fuerzas regresivas, a partir de cada hecho, en cada campo de la vida, en cada lugar concreto, sin buscar la recomposición de un comando ni una dimensión central. Pero la problemática que enfrentamos supera con creces ese escenario.

En nuestro país, la derecha ha pasado de la hegemonía al dominio. ¿Cómo?! No es que había hegemonía de un proyecto nacional y popular? Que esté pasando lo que está pasando, y cómo está pasando muestra que no. No sólo porque el control de la comunicación nunca fue doblegado (y no me limito a los juzgados), sino porque el orden hegemónico nunca dejó de estar marcado por la combinación de dominio y consenso del proyecto neoconservador de orden global. Un verdadero posneoliberalismo nunca se dio. Cuando decimos que hay vida después del neoliberalismo es para cuando ese “después” ocurra.

Sin embargo, esta parte de América Latina llegó a tener una proyección global, como esperanza en un concierto global donde en los países centrales el progresismo retrocedía ante las nuevas derechas. Se rechazó al ALCA, se crearon UNASUR, la CEDLA y el ALBA, acciones en que el Kirchnerismo jugó un papel protagónico.

En lo que va del siglo, América Latina vivió un renacer de la política, de los proyectos nacionales de base popular: en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela los pueblos se alzaron contra los gobiernos que seguían imponiendo el programa económico neoliberal y violando abiertamente los derechos humanos, y surgieron fuerzas de lo que podrían llamarse las “nuevas izquierdas” que asumieron ese mandato. Pero ese programa económico era solo una parte de la fuerza del neoconservadurismo, cuyo proyecto es más que económico en el sentido usual del término: se trata de un proyecto civilizatorio, de mercantilizar la vida en todos sus aspectos, que todo pueda ser controlado por los grandes negocios, por las corporaciones que se reúnen en Davos: los alimentos, el agua, las artes, los valores morales, la información, los deseos, la política misma. Y los Estados son vistos como instrumentos de ese proyecto, controlados por la manipulación del sentido común y de las elecciones y, cuando es necesario, por el bloqueo o las guerras de ocupación. La confrontación en lo económico no puede entenderse sin su correlato de lucha simbólica y militar.

La consolidación de esos gobiernos fue favorecida, sin duda, por la masa de renta primaria proveniente del precio de las materias primas que no sólo no dejaron de ser la base material de nuestros sistemas dependientes sino que se profundizó esa raíz de los modelos de gestión de la economía. Sin eso, la inédita redistribución del ingreso y los bienes públicos atendiendo a las necesidades de las mayorías no hubiera sido posible sin un agudizamiento del enfrentamiento con las burguesías locales. Tampoco hubiera sido posible desembarazarse del control directo de los organismos internacionales desendeudando a nuestros países. Sin embargo, no fue por ese accidente de la historia económica que se lograron mecánicamente esos y muchos otros cambios que mostraron que era posible el renacer de la política. Un gobierno como el de Macri se las hubiera ingeniado para acelerar aún más la ganancia del capital financiero y la concentración de la riqueza y dejarnos, pese a los altos precios, con mucha más pobreza y endeudados hasta la coronilla. Ni que decir lo que hará sin esos ingresos.

Cierto es que hubo enormes avances en cuestiones no económicas, como en el campo de los derechos humanos, la defensa de la soberanía nacional, la justicia social y la afirmación de las reglas de la misma democracia liberal. Sin embargo, aun habiendo frenado lo más duro de las políticas neoliberales, y habiendo ganado una y otra vez elecciones libres, apenas se contrarrestó la hegemonía neoconservadora de orden global que seguía atravesando nuestras sociedades. De hecho, para dar un ejemplo, muchas políticas, incluso las llamadas “sociales focalizadas” mantuvieron mecanismos heredados del accionar neoliberal, el clientelismo político no cejó, el utilitarismo y el consumismo siguieron conformando la matriz de los valores.

Ahora, en nuestro país, el poder real muestra la cara, las corporaciones y sus CEOs gobiernan directamente, vuelven el FMI, el BM y el Departamento de Estado norteamericano. El gobierno se atendrá a las reglas del capital y su institucionalidad global, se volverá a pretender ser el mejor alumno del imperio, y no sólo se van a dedicar a administrar regresivamente lo público, van a avanzar en el proyecto cultural de la mercantilización sin límites, en afirmar que no hay derechos adquiridos por las luchas colectivas, sino que cada persona será lo que logre ser compitiendo en el mercado liberado.

No es, entonces, que había hegemonía del proyecto nacional y popular y ahora se suspende temporalmente. En la política nacional y la de otros países de la región se estaba participando con evidente audacia en el intento de modificar algunos aspectos del orden hegemónico, algo que requería la continua búsqueda de proyectos solidarios que hicieran posible un proyecto bolivariano que actuara para desarticular el orden hegemónico global. Este orden hegemónico nunca estuvo ausente ni perdió eficacia, y ahora se internaliza claramente por la facilidad que se dio a la derecha de tomar y reorientar un Estado centralizador, alienado de la sociedad civil, que era el lugar desde el cual se pretendía construir otra hegemonía local.

Por otro lado, no es que se haya cerrado un ciclo, y que esté por ocurrir lo mismo en Venezuela, Brasil o Ecuador, como algunos auguran, sino que la lucha desde un proyecto nacional (regional) popular necesariamente continúa y continuará. Porque la sociedad no va a suicidarse, va a defenderse de la instauración local del brutal y antidemocrático proyecto neoconservador de orden global que el nuevo gobierno representa a nivel local. La necesidad de dar respuesta contundente e inmediata a los avances de la derecha no implica olvidar que esto ocurre dentro de un proceso más amplio en el tiempo y el espacio, a cuya continuidad y superación es preciso abocarse. Y, aquí viene nuestro planteo principal, se trata de algo que no haremos bien si no revisamos y aprendemos de los procesos progresistas del inicio de siglo y sus contradicciones y tendencias, aquí y en el resto de la región.

Al hacerlo, no debería ya tener cabida aquella consigna nefasta, repetida en uno y otro lado, de que el “apoyo crítico” era dar armas al enemigo, que la lealtad a los líderes políticos infalibles era el valor político principal, algo que sería ahora también clave para la resistencia. Este es, necesariamente, un momento para retomar el pensamiento crítico sistemático y no perder de vista la enorme responsabilidad que tenemos en la lucha política, que no cabe encapsularnos en una confrontación local, cuando el enemigo es el proyecto de acumulación ilimitada del capitalismo global. No es fácil, pero hay que superar la autocensura y la estrechez de miras. La apertura que esto significa no puede limitarse a cenáculos, debe sin duda pasar por la investigación tan objetiva como sea posible, pero a la vez expresarse en espacios de debate público plural, tan solidarios y respetuosos del otro como se pueda, por lo que tenemos en común.

Motivado por el artículo de Mempo Gardinelli en Página 12 del 11 de enero, propongo unos pocos criterios puntuales para esa necesaria reflexión política crítica:

1. Debemos evitar caer en defensas cerradas y mucho menos en panegíricos del proceso kirchnerista, pero tampoco en autoflagelaciones y búsquedas de chivos expiatorios, que además pueden ser posicionamientos oportunistas. Todos somos co-responsables en una u otra medida, por haber actuado, por no haber hecho, por haber dicho o por haber callado. En todo caso, en política nadie puede ser infalible. No hay que caer en el facilismo de la evaluación ex post incriminatoria.

2. Es preciso sortear la tendencia de comparar este gobierno Macrista únicamente con las extraordinarias realizaciones de los gobiernos anteriores, sino hacerlo con un eventual gobierno Sciolista que, a más de ambiguo en su orientación, hubiera tenido que atender a las contradicciones económicas, sociales y políticas, internas y externas, abiertas o latentes, que el proceso K. venía generando. De hecho se viene dando que algunos hechos negativos que en el apuro se asignan al nuevo gobierno son resultado de decisiones ya tomadas por el anterior.

3. Es esencial advertir que, desde una perspectiva histórica de largo plazo y desde el conjunto de América Latina, este proceso no es meramente “kirchnerista”, si bien el liderazgo de esa corriente en nuestro país es indiscutible y debe ser altamente valorado por cientos de razones. Se trata de un proceso social y político más abarcador en el tiempo y en el espectro político, que no acaba con esta (evitable) derrota electoral en Argentina, un proceso que no se interrumpe sino que continúa y continuará con altos y bajos, con los mismos o con otros actores, como debería haberse previsto estratégicamente, sin triunfalismos.

4. Por lo pronto, el concepto de lo “nacional” en un mundo globalizado por el capitalismo no puede ser el mismo de los 50, y la dimensión regional de la lucha no puede ser un mero aspecto “internacional”. Cuesta admitir que nuestro país haya sido el primero de los procesos en sufrir las consecuencias de, entre otras cosas, haber apostado de manera excepcional a una democracia meramente formal. Pero no podemos ensimismarnos, esta derrota electoral tiene consecuencias graves sobre los otros procesos también caracterizables como nacional populares en la región. Y nuestros análisis deben hacerse en ese contexto de confrontación con un proyecto y fuerzas globales, de las que el Macrismo es un peón local pero va a posicionarse en el tablero regional. Es preciso fortalecer las relaciones con otras fuerzas progresistas aunque ya no sea desde el Estado. No podemos avanzar en la comprensión del momento actual si no examinamos sin oportunismo lo común y lo específico de los otros procesos latinoamericanos, europeos y de otras regiones del mundo (no cabe, por ejemplo, lavarse las manos con respecto a Venezuela).

5. Por otro lado, los tiempos de la transformación social son décadas y no cuatrieños, claramente no coinciden con los tiempos electorales. La sociedad va a reaccionar al brutal paquetazo neoliberal, no necesariamente con las mismas formas del 2001, y es deseable que nuevos sujetos y corrientes participen activa, democrática y organizadamente de ese desenlace del cuatrieño que nos espera.

6. Esta fase no puede ser de mera oposición sino de construcción, renovada y con nueva fuerza, de un proyecto popular que incorpore los aprendizajes que debemos sistematizar, en un debate abierto de las distintas interpretaciones, evitando las actitudes que indicamos al inicio.

7. Un aspecto fundamental de esa construcción es, esta vez sí, desarrollar prácticas que permitan la deliberación en múltiples espacios de reflexión y elaboración de propuestas, pero también en la esfera pública, con multiplicidad de voces y perspectivas, y celebrar el surgimiento de sujetos sociales y políticos con capacidad de actuar y pensar autónomamente, sin lealtades acríticas sentidas u oportunistas. Surgirá, necesariamente, un liderazgo intelectual y moral, pero no debería ser unipersonal ni pretendidamente dueño de la verdad absoluta.

8. Otro rasgo fundamental es evitar el encerramiento (aunque admitiendo el pluralismo) dentro del campo popular. No se trata sólo de descalificar en bloque, sino de crear condiciones para debatir públicamente con los que han optado por la propuesta Macrista, diferenciando entre “confundidos”, adversarios y quienes realmente son representantes del imperio. Un proyecto popular debe desarrollar un pueblo plural activo y no una masa homogénea y pasiva. Y lógicamente cabe considerar que puedan surgir “confundidos” que votaron por la continuidad del proyecto liderado por el kirchnerismo y que pueden todavía pasarse del otro lado.

9. Hay ya muchos descubrimientos ex post de errores cometidos. Sin embargo, el concepto de “error” debe ser clarificado. Según la lógica instrumental, se trata de una acción que pretende lograr metas concretas dentro de objetivos amplios y que se comprueba a posteriori que no condujo a tal objetivo, sino que tuvo un “efecto no deseado”. De estos hay muchos, algunos eran previsibles y muchas veces estas apreciaciones diferentes no fueron consideradas, y hoy se puede aprender de ello. Pero también es importante examinar el modo de fijar objetivos y metas, o como puede haber fallado no sólo la acción sino el procedimiento, que acalló otras voces asumiendo la posesión de la verdad. Peor aún, descalificando el “apoyo crítico” como un cruce a la línea enemiga. La gestación de la ley de medios es un ejemplo del deber ser democrático y de que era factible otro estilo de construcción política. En todo caso, la conformación de un liderazgo unipersonal con todas sus consecuencias no puede atribuirse solamente al líder, hay corresponsabilidad de su entorno y de los que se ubicaron como dirigentes en general.

10. Sobre lo mismo: si asumimos que el objetivo supuesto era “X” y la acción fue “Z” y no condujo a su logro, podemos equivocarnos porque en realidad el objetivo no declarado era “Y”.  Esto nos parece tan importante como para terminar dando algunos ejemplos: ¿podemos calificar como un mero “error” que la acción para capturar y redistribuir la renta internacional se haya concentrado indiscriminadamente en el conjunto de los productores agrarios, dejando prácticamente intocado al oligopolio comercializador? ¿O que se haya descansado en el imprescindible principio de redistribución de la renta internacional sin avanzar en el de transformación de la matriz socio productiva, lo que implicaba otro empeño en la integración regional, propiciar el desarrollo de otros sujetos, incluso no empresariales, para construir una economía social que no es la versión lavada de promoción del autoempleo de los pobres? ¿O que no se haya atendido a las consecuencias que provocaría la sojización del país o el avance buscado de la minería a cielo abierto sobre las poblaciones locales y los desequilibrios irreversibles del ecosistema? ¿O que se haya apostado al consumismo como fuente de legitimación y de dinamización de la economía pero también como afirmación de una cultura utilitarista? ¿O que se haya demorado en atender al reclamo sobre el impuesto a las ganancias y no se haya propiciado una reforma fiscal? ¿O que se haya hecho renacer un Estado factotum, no democratizado en su relación con la sociedad civil, un Estado fácilmente “tomable por asalto” por la derecha como instrumento para otros objetivos, tal como estamos presenciando? ¿O que se haya despreciado la necesidad de un sistema de información veraz sobre la evolución de las variables socioeconómicas, tanto para el uso del gobierno como de la ciudadanía? ¿O que se haya apostado a un liderazgo unipersonal en lugar de desarrollar la pluralidad y autonomía de la sociedad organizada? ¿O por qué no se apostó con fuerza a la conformación de estructuras regionales como el Banco del Sur? ¿O que se haya respondido al monolítico discurso opositor con otro igualmente monolítico de signo contrario? ¿O que se haya olvidado aquel lema del movimiento obrero (hoy deberíamos decir de los trabajadores bajo todas sus formas) como columna vertebral de un proyecto nacional popular, favoreciendo su división? ¿O que se hayan mantenido sistemas de punteros clientelares que es sabido pueden venderse al mejor postor?

Muchas veces la diferencia está en los objetivos reales y no en los medios, o en cómo se determinan los medios mismos (con o sin participación, con o sin co-construcción, con o sin radicalización de la democracia). Y ese debate no puede obviarse en nombre de una unidad monolítica.

Ya sean estos u otros, deberíamos arriesgar una explicitación de los criterios de análisis que informarán la reflexión, comenzando por debatirlos. Nadie tiene la precisa. Sean estas u otras las preguntas más eficaces, algo puede hacer la diferencia: no dejar esto exclusivamente en manos de analistas expertos. Propiciar la reflexión en todo lugar, en toda institución, con todo tipo de actores, dejando que las preguntas y respuestas sean reformuladas desde cada perspectiva, desde cada vivencia de este proceso. Y propiciar los encuentros horizontales de esas perspectivas. Eso exige asumir una pedagogía que sea en sí misma liberadora.
15 de enero de 2016


*Jose Luis Coraggio, Profesor Emérito de la Universidad Nacional de General Sarmiento.



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