Elecciónes en Colombia: Contra la Guerra, Mandato por la Paz

Manuel Humberto Restrepo Domínguez
ALAI AMLATINA

La paz es el mandato que recibe Santos para reiniciar un nuevo gobierno. Pasará a la historia como un plebiscito por la paz y contra la guerra, no como una buena evaluación a su gobierno actual. Santos no podrá reducir la agenda de estado al programa de un partido o de la llamada unidad nacional, tiene en sus manos una agenda de paz para cerrarla y empezar su ejecución material. Esta vez los votos adicionales respecto a su contendor son votos sociales, salidos de la abstención que sigue siendo la ganadora indiscutible de un sistema caduco. Estos votos sumaron junto a las militancias políticas de izquierda, conservadores o verdes.

Como un retrato en su escritorio los votos sin nombre estarán haciéndole memoria a Santos de que para el nuevo gobierno quizá miles de votos altamente significativos vinieron de intelectuales, académicos, artistas, obreros, campesinos, mineros, estudiantes, que estaban afuera de la lucha política electoral y llegaron en silencio en el último momento a aportar al millón de votos que le permitió superar a su contendor del régimen Uribista. Eso habrá de entenderlo el presidente para gobernar sin triunfalismo, sin prevalencia por los suyos y sus tradicionales electores.

Para garantía de la gobernabilidad no hubo una votación, hubo un plebiscito entre la continuidad de la guerra representada por la extrema derecha y su finalización representada por la derecha tradicional. El plebiscito lo gano la paz y contra la guerra y el mandato es para Santos. Hubo siete millones de votos a favor de avanzar hacia el fin del conflicto armado y el cese del uso de las armas como instrumentos, como medio principal para el ejercicio político.

El presidente esta llamado a reiniciar desde ahora su mandato y en el inmediato presente ya hay tareas y retos significativos esperándolo. Hay un cambio de agenda de estado y lo primero será provocar una crisis ministerial inmediata. Cambiar sin dilaciones al ministro de guerra, quien con el nuevo mandato es también revocado por su papel de representante de los señores de la guerra y por la inmoralidad de sus arengas y llamados a la muerte. Éste llamado a deshacer alianzas regionales con los sectores políticos y abrir los espacios para la entrada de sectores sociales hasta hoy silenciados. Y éste llamado a impulsar y logar de inmediato la invalidez de toda reelección, tanto presidencial como de los demás cargos públicos decididos por vía electoral o consultiva.

Su condición de candidato presidente no le permitió gobernar los últimos cinco meses y no cabe duda que esta figura ha sido para mal del país, de la débil democracia y de la tranquilidad pública. Pero comienza un buen momento para que reinicie su mandato, abriendo espacios democráticos donde estaban cerrados. Buen momento y suficiente respaldo político y social para gobernar con los compromisos propios de la democracia, la que se construye a la luz pública, sin cartas escondidas, sin deudas que pagar por cada voto conseguido. 

Gana la derecha pero no por cuenta propia, lo hace con el apoyo del centro, la izquierda, los independientes y los inconformes. Gana la paz como posibilidad real para crear condiciones favorables hacia la reducción de las desigualdades y el sostenimiento de las libertades ya ganadas. Los votos que determinaron el triunfo electoral no son enumerables, no dan siquiera un margen para determinar su origen o en su defecto alguien pretender alzarse con el triunfo. Ha sido una situación inédita, distinta. Son votos colombianos, de gentes sin partido, de gentes que no necesitaron de alianzas, ni esperan entrar a ninguna sala de reparto especifico, eso los convierte en celosos guardianes anónimos de una bandera de que entregan a las movilizaciones sociales.

Ganó el país con el fin de un tedioso, odioso y peligroso momento de la reciente historia en la que han corrido los ríos de sangre que pidieron a sus subalternos algunos generales y el todo vale hizo carrera en todos los espacios políticos. Se ha cerrado un capitulo degradado de campaña electoral sin ética ni política, sin principios ni responsabilidades. Los candidatos, dijeron cosas que no cumplirán, prometieron, engañaron, eso era sabido por los votantes, pero no había otra salida. El pueblo otra vez fue conducido desde arriba, desde adentro de los centros de pensamiento de una derecha muy astuta a la que pocas cosas se le quedan por llenar con estrategias en su favor.

Ganó una derecha tan débil como la democracia misma y cercana a su derrota como proyecto político, pero victoriosa y hábil para cubrir con legalidad su falta de legitimidad. Eso lo sabe el pueblo que entregó sus votos invocando la paz. Como en 1789 esta vez se juntaron las clases sociales antagónicas para dar apertura a la posibilidad de construir en colectivo un nuevo pacto social.  Por eso esta vez el pueblo estuvo en las calles para ponerle sus votos a su enemigo de clase y así evitarle su derrota a manos de una derecha extrema que crece y se alimenta con el odio y con las voces y prácticas de la muerte, de la guerra sin fin.  Paradójica pero necesariamente el pueblo salió a contribuir con su adversario para reafirmar que busca en serio la salida final a la guerra. Los votos que rubricaron la victoria pocos o muchos, no lo sabremos tan pronto, son votos sin alianzas, con éticas, con responsabilidades comunes y disposición para reconstruir al estado de derecho y por garantías inmediatas para los derechos conquistados. Este pueblo que dio sus votos a favor de santos, no lo hizo ganador, pero sin ellos quizá no hubiera ganado. La grandeza de Santos II será poder desprenderse del Santos actual y entender que los votos para ganar no fueron por Santos, fueron por un propósito, por una causa común: La paz sin esperar recompensa.

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